Dr. Alberto Gómez Portilla

Doctor Alberto Gómez Portilla:

“Hay que tener presente que el paciente oncológico mayor, hay que atenderlo igual porque su esperanza de vida, si es correctamente tratado, todavía puede ser prolongada en el tiempo”. 

Alberto Gómez Portilla (Valencia, 1956) es el pionero de la aplicación de HIPEC contra la carcinomatosis en España. Y fue también el creador, con el apoyo del doctor Salvador Lledó, de la primera Unidad de Carcinomatosis en España. Por sus manos han pasado unos 300 pacientes, que podrían haber sido muchos más si no fuera porque en la comunidad donde ejerce, el País Vasco, no existe un hospital de referencia para esa práctica, como sí en otras, como en Cataluña.

Estudió medicina en la universidad de su ciudad natal entre 1973 y 1979. Se decantó por la cirugía por su capacidad de resolución de problemas y por su interés por la iatrogenia, del efecto secundario de los actos médicos o quirúrgicos. Hizo la residencia en la Clínica Universitaria de Navarra y, en 1986, obtiene su doctorado por la Universidad de Navarra con una tesis sobre la acción de la cirugía en el desarrollo del cáncer de estómago operado. Ya como residente, pudo realizar estancias fuera de España, en el hospital de Birmingham, relacionadas con el trasplante de páncreas. Tras un periplo por varios hospitales y estancias en Génova, en el Johns Hopkins y en Washington, importa a España técnicas y rutinas hasta entonces inéditas en el país, en 1998 llega a ser jefe de sección del Hospital Santiago Apóstol de Vitoria.

En 1993 entra “en convulsión”, como él mismo dice, con los escritos de Paul Sugarbaker. En 2005 convoca en Vitoria la primera reunión del Grupo Español de Carcinomatosis y consiguió reunir conocimiento y equipos hasta entonces dispersos. Cree que para conseguir la implantación general de la técnica Sugarbaker haría falta la vinculación de los oncólogos médicos y ayudar al paciente desde todos los puntos de vista.

Ha dedicado parte de su esfuerzo investigador al paciente anciano, que tradicionalmente ha quedado relegado del tratamiento oncológico y que aún no entran en el protocolo de carcinomatosis. Y en junio de 2019 recibió el homenaje de todos sus compañeros de profesión, la cirugía del cáncer, en forma de Medalla Doctor Alfredo Die de la SEOQ, que reconoce los méritos excepcionales en la cirugía contra el cáncer.

P: Para empezar queríamos preguntarle qué supuso para usted recibir la Medalla Doctor Alfredo Die de la SEOQ el pasado junio.

R:  Pues es una suerte y un honor, porque Alfredo Die Goyanes es una referencia en España para todos los cirujanos que nos dedicamos al tratamiento de la cirugía del cáncer y, sin lugar a dudas, fue nuestro primer fellow en el Memorial Sloan Kettering de Nueva York. Es un referente nacional y todas sus enseñanzas en los congresos de la Sociedad Española de Cirujanos. Yo tuve oportunidad de conocerlo y darle las gracias por haber recibido su premio. Ojalá yo pueda alcanzar el mismo nivel que él alcanzó.


P: ¿De dónde surge su vocación médica? ¿Había médicos en su familia?

R:  No, yo soy el único de la familia que soy médico; toda mi familia es de leyes, de abogados. Soy el único que tiene formación sanitaria, no tengo ninguna relación familiar.  Sí que es cierto que de pequeño tenía un tío segundo que era ginecólogo, pero yo creo que mi vocación fue innata, no creo que tuviese ningún tipo de presión.


P: Siendo niño, ¿qué le llamaba a usted la atención de la profesión?

R:  A mí siempre me atraía poder ayudar a la gente. Siempre relacionaba la medicina con algo positivo de apoyo a las personas y, en general, de intentar ser útil para la gente que me rodeaba.


P: Y en ese sentido entra usted en la Universidad de Valencia en el año 1973.

R:  Sí, realmente entre 1973 y 1979.  Fue un curso que en lugar de empezar en Septiembre, comenzamos en el mes de diciembre y finalizamos en julio de 1979 exactamente.


P: ¿A qué se debió el retraso? 

R:  En aquel momento, más a un tema político, un retraso en el inicio del curso en la Universidad de Valencia.

Investidura como doctor honoris causa al doctor Paul H Sugarbaker por la Universidad de Valencia, en 2014. El doctor Gómez Portilla está junto al doctor Sugarbaker, a la izquierda.


P: ¿Recuerda usted aquella época universitaria de manera especialmente convulsa por eso que me dice?

R:  Sí, había de todo, había manifestaciones, había actividad dentro de la universidad, incluso había ocupaciones en clase en ocasiones.  Pero sí, bien es cierto que nosotros en aquel entonces iniciamos la carrera muchísima gente, yo recuerdo que en primero éramos 1.800, y cuando finalizamos, en julio de 1979, quedábamos un 10%, 180, así que era tremendo aquello. El acceso a la universidad era universal y eso hacía que fuese mucho más difícil para gestionarlo.


P: Imagino que recuerda usted unas clases muy masificadas, ¿no?

R:  Nosotros teníamos en Valencia un anfiteatro que era espectacular. Las clases ahí eran de dos pisos, con una capacidad tremenda, y luego en las clases convencionales, éramos en el curso de seis a nueve grupos de 200 personas cada clase.


P: Aunque luego, como usted me ha dicho, fueron cayendo algunos de sus compañeros, que fueron desistiendo, el trato con los profesores tenía que ser algo muy distante y frío, ¿no?

R:  No se crea, no, eran personas de una valía extraordinaria y había algunos de ellos con una capacidad desbordante, muy próximos, muy cercanos; había algunos que conocían hasta las relaciones de las parejas. Era algo impresionante. También es cierto que estoy hablando de más adelante, de tercero, cuarto, quinto o sexto de carrera. Había auténticas personalidades: recuerdo a don Miguel Carmena Villarta y su clase, que era una maravilla en el anfiteatro gigante, el aula magna y nos conocía a muchos por el nombre. Impartía Patología General.


P: ¿En algún momento de la carrera usted empieza a decantarse a la cirugía o eso es una decisión que viene después?

R:  No, yo entré muy pronto de alumno interno con don Miguel Carmena en Patología General, que en aquel entonces era antes de Medicina Interna. El curso previo era todavía ciencias básicas, pero se trataba de un apartado de la medicina general. Y ya estando en medicina general, me di cuenta de que yo lo que quería ser era cirujano. Al año siguiente ya oposité, y fui alumno interno por oposición de la cátedra de cirugía y ya en cuarto, quinto y sexto estuve vinculado en la cátedra de don Carlos Carbonell, con puesto conseguido por oposición.


P: Me interesa mucho que nos detengamos un poco en ese proceso que le lleva a usted a decantarse por la cirugía, ¿qué motivaciones encontró usted?

R:  Dos motivos principales. Primero, la resolución. En patología general muchas veces me desesperaba no poder ver lo que yo creía que podía ser la causa de la enfermedad o la solución de la misma. Seguíamos a los pacientes atendidos por nuestros compañeros de cirugía: íbamos también a quirófano para ver qué pasaba o incluso, cuando había algún fallecimiento, íbamos a la sala de autopsias. Nuestro vínculo como alumnos era completo y de hecho empleábamos muchas horas en todo. Poder que quirúrgicamente podíamos llegar a confirmar nuestra sospecha diagnóstica y, lo que era más importante, a dar una solución terapéutica, eso, fue lo que quizá inclinó más la balanza hacia las ciencias quirúrgicas más que médicas, eso sí, asumiendo la iatrogenia que podía suponer. En medicina es más difícil establecer el vínculo entre un error y el resultado del error; en la cirugía siempre es inmediato, sabes que has hecho algo mal y te salta más fácil a la cara.

Con el Doctor Sugarbaker (en el centro), en el Washington Cancer Institute, en 1996. El doctor Gómez Portilla está a la izquierda de la imagen.


P: Estamos ya a principios de los años 80. ¿Pasa mucho tiempo usted en Valencia antes de sus experiencias en otras ciudades de España y el extranjero?

R:  Permanecí en Valencia toda la carrera. El grado de licenciado también lo obtuve allí, con sobresaliente, y acto seguido fui a hacer la residencia de MIR a la Clínica Universitaria de Navarra porque, dentro de la cátedra de don Carlos Carbonell, tuve la suerte de estar con don Fernando Gómez-Ferrer Bayo, en la sala de mujeres. En aquel entonces la sala quirúrgica estaba dividida en dos pisos, en dos plantas, la sala de hombres y la sala de mujeres, y el jefe de la sala de mujeres era don Fernando Gómez-Ferrer. Cuando finalicé la carrera opté para hacer la residencia de MIR en la Clínica Universitaria, que sacó también la opción de poder acceder a la residencia dentro de la vía MIR pero en la Clínica. Tuve una entrevista y entonces le pregunté a don Fernando Gómez-Ferrer qué pensaba de esa posibilidad. Él me animó y me dijo que sin duda sería la mejor opción que tendría.


P: ¿Por ese centro en particular o porque en él se aplicaba algún tipo de técnica que fuese especialmente pionera?

R:  Porque en ese centro, en aquel entonces, y a pesar de que yo estaba en el Clínico de Valencia, estaba muchísimo más adelantado. En la Clínica Universitaria de Navarra, de enorme prestigio nacional e internacional, tenías más asegurado el desarrollo de tu carrera profesional, y sobre todo también el vínculo con la docencia y con la investigación y la tesis doctoral. Por decirlo de alguna forma, podías hacer y conseguir simultáneamente muchos trofeos.


P: ¿Cómo fue su impresión cuando llegó allí? ¿Qué recuerdos tiene de esa parte de su vida?

R:  Muy bonitos. Creo que quizás fueron los cinco años más importantes de mi vida . Para empezar, allí tuve la suerte de encontrar a mi mujer, la doctora Conchita Martínez de Lecea, compañera de Medicina Interna, lo más importante de mi vida. Después,  haber podido desarrollar una vida profesional con una visión humanística, con lo que todo esto engloba, que de otra forma no hubiera tenido posibilidad. Además, tener siempre la libertad por haber estado un centro privado con asistencia pública, haber podido conocer bien a los pacientes y darte cuenta así los dos tipos de medicina existentes. También las facilidades con todos los compañeros en el centro, estar siempre dispuestos a progresar por el paciente, intentar buscar la mejor alternativa (fue ahí donde me empecé a dar cuenta del trabajo en equipo). Y es que no existe solo la cirugía, sino otros departamentos y servicios que tienen un vínculo especial, se celebran reuniones interdepartamentales, hay presentaciones con frecuencia, en ocasiones semanales o quincenales dependiendo de la patología, la patología oncológica, la patología digestiva… y todo eso te va abriendo. Finalmente, las facilidades para realizar estancias en el extranjero o para emprender cualquier tema de investigación siempre y cuando tú pusieras la carne en el asador.


P: En la Universidad de Navarra se hace doctor.

R:  Sí, desde 1980 hasta 1985 hice la residencia y ya en junio 1986 obtuve el grado de doctor por la Universidad de Navarra. Fue simultáneamente.


P: ¿En qué basó su tesis?

R:  Mi tesis en principio fue el estudio de la acción de la cirugía en el desarrollo del cáncer del estómago operado. Toda mi obsesión como he explicado antes ha sido siempre la posibilidad de la iatrogenia, del efecto secundario de los actos médicos o quirúrgicos que realizamos, y por aquel entonces aún existía el tratamiento de la úlcera y, por tanto, había muchos estómagos operados y también muchos cánceres que se desarrollaban al cabo de los años en los estómagos intervenidos sin saber bien la causa exacta. Tuve la suerte de tener un director de tesis excepcional e intentar ver si eso era real o, por el contrario, no estaba claro porque por aquel entonces era el boom. Significaría un efecto directo entre la cirugía gástrica y el desarrollo posterior del cáncer de estómago. Nosotros, en el ámbito experimental, con seguimientos largos en ratas pusimos de manifiesto que lo que se veía no eran tumores  sino que simplemente eran formaciones que la rata era capaz de desarrollar, pero no derivaban claramente en el desarrollo de un cáncer gástrico. Pusimos en duda todas las teorías que entonces había y fue una tesis con mucha importancia, aún siendo su conclusión negativa, y resultó de gran trascendencia. El director principal era un anatomopatólogo, don Gonzalo Herranz, y los codirectores: quirúrgico era el doctor Gerardo Zornoza y anatomopatólogo el doctor Javier Pardo. Don Fernando Gómez-Ferrer en Valencia que era el jefe de la sala de mujeres, y don Juan Voltas que fue el jefe de servicio de la Clínica Universitaria de Navarra fueron mis maestros más importantes en España.


P: Usted habló también que el hecho de estar allí en la Clínica en Navarra le brindó la posibilidad de salir al extranjero a hacer estancias, ¿es lo que hace usted a partir de ese año, 1986?

R:  No, ya en 1981, haciendo el R1, me fui a Birmingham. Tuve la suerte de estar con Paul McMaster en mi mes vacacional, porque él había venido antes a darnos una conferencia sobre trasplantes de páncreas. Él había estado en Cambridge como profesor y ese año fue como consultor y jefe de servicio al Queen Elizabeth Hospital de Birmingham. Cuando estuvo en Pamplona le pedí la opción de irme el mes de vacaciones de verano con él a trabajar, y él estuvo absolutamente encantador y me acogió sin ningún problema. Pude empezar el inicio del trasplante hepático de páncreas en Birmingham con Paul McMaster y fue excepcional.

Entrega de la Medalla Doctor Die Goyanes al Dr. Gómez Portilla en el Congreso Nacional SEOQ de Murcia, en junio de 2019.


P: En las entrevistas a otros compañeros suyos me han dicho que llegan a la cirugía del cáncer desde la cirugía de trasplantes. No sé si es una casualidad o realmente hay un vínculo.

R:  No, es una búsqueda de intentar poner solución a un tema muy difícil, el del cáncer; intentar hacer la cirugía de más alto nivel o más alta complejidad. El mundo del trasplante y el mundo del cáncer tanto en el ámbito básico como en el técnico  quirúrgico está a un nivel muy alto, y eso hace que muchas veces estén relacionados. De hecho hay muchos grupos que tienen responsabilidades de ambos campos en muchas ocasiones. Sí que es cierto también que la superespecialización va haciendo que cada uno se decante, y al final no pueda asumir más que una parte de esa patología.


P: Me comentaba usted que ya había pasado esa estancia en Birmingham, a partir de 1986, ¿cuál es su trayectoria?

R:  Cuando finalizamos la especialidad primero fui con un contrato interino en Calatayud (Zaragoza), donde estuve un año y medio haciendo dos cupos quirúrgicos simultáneos y aprovechando para hacer la preparación de las oposiciones que en aquel entonces eran oposiciones mucho más limpias y transparentes de lo que son ahora. En 1987 eran unas oposiciones de ámbito nacional, e íbamos región por región presentándonos todos los compañeros, optando a las plazas que había en cada una de las autonomías, de tal forma que en ese año hice el periplo nacional y me presenté en siete comunidades autónomas y saqué cinco plazas.


P: Y, ¿con cuál se quedó entre ellas?

R:  Me quedé con Soria porque había sacado plaza en los dos archipiélagos, tanto en Canarias como en Baleares, y también había sacado en Murcia, pero era en un pueblecito. La saqué también en Calatayud que era donde yo estaba interino, pero Soria era lo que familiarmente y en lo  personal parecía que tenía más posibilidades, y allí nos fuimos toda la familia, encantados a pasar tres años preciosos allí.


P: Y, ¿cuándo llega usted a Vitoria que es donde está usted ahora?

R:  A Vitoria no llegué hasta 1998. Después de Soria, pasé por concurso de traslado a Logroño, allí estuvimos un año, y por otro concurso de traslado volvimos al Clínico de Valencia y estuvimos otros siete años, de 1991 a 1998. Ya ese año pasé a ser jefe de sección en Vitoria, por oposición.


P: Del hospital universitario de Álava, ¿no?

R:  Sí, pero no en el hospital universitario en aquel entonces, era el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria. El hospital universitario ha sido ahora hace cinco años, cuando se ha fusionado. Antes de eso estuve en Génova, en el Johns Hopkins de Baltimore, y en Washington D. C.


P: Y, ¿cómo fue esa decisión suya de irse a Génova?

R:  En 1993 me fui Génova para una ampliación de estudios, para ver una unidad de referencia de cirugía hepato-biliar-pancreática, de cáncer de páncreas principalmente, con el profesor Massimo Gazzaniga. Quería aprender cómo era una unidad de referencia en cáncer de páncreas. En el Hopkins, también en 1993, fui a radiología intervencionista con Anthony Venbrux para conocer las soluciones de los cánceres bilio-pancreáticos por métodos intervencionistas y, por otro lado, como nosotros empezamos en 1991 en Valencia la cirugía laparoscópica, ya empezamos a ver los problemas que podría tener la lesión de la vía biliar. Con Anthony Venbrux en Johns Hopkins vimos todas las maravillas que el intervencionismo podía solucionar con estas complicaciones tan terribles tanto benignas como malignas.


P: En aquel momento supongo que le resultaría casi deslumbrante lo que vio allí…

R:  Totalmente deslumbrante. Nuestros enfermos oncológicos se nos morían con ictericias no solucionadas, con cifras de bilirrubina por encima del 30 y con una insuficiencia hepatobiliar y hepatorrenal secundaria a esto, y con complicaciones sépticas en muchas ocasiones. En aquel entonces el drenaje en la vía biliar era una cosa impensable prácticamente por vía transparietohepática, que eran lo que hacían estos señores. Era difícil por vía endoscópica y prácticamente imposible por vía transparietohepática. Se intentaba hacer pero en contados centros y en muy contadas ocasiones. Ahí, en EE UU, ya suponía una rutina, con lo cual no solo veías los drenajes sino también las destrezas que hacían. Empezabas a ver las diferentes prótesis que utilizaban que para nosotros, en aquel entonces, prácticamente no existían.


P: ¿Y pudo de alguna manera importar la técnica a España o eso no era factible por carencias de infraestructura o de formación de equipamiento aquí?

R:  Nosotros introdujimos muchas cosas en Valencia al regreso, tanto de Italia como de EE UU (del Hopkins) en nuestra unidad de hepato-biliar-pancreática. Nuestros radiólogos empezaron a darse cuenta de la importancia del tratamiento conjunto combinado, y de la orientación de nuestros pacientes desde el inicio sin esperar que estuvieran en situaciones tan críticas, y a apoyarnos mutuamente… realmente fue muy beneficioso para toda nuestra unidad, la unidad hepato-biliar-pancreática de Valencia, que hizo que tuviésemos una visión diferente.


P: Estamos hablando de mediados de los años 90.

R:  Sí, exactamente, entonces fue en 1993 cuando entré en convulsión con los escritos de Paul Sugarbaker.

“Encontré mucho escepticismo dentro de España, sí, pero esto es un calvario que se veía venir porque el mismo calvario estaba sufriendo Paul Sugarbaker a lo largo de su vida”.

P: De eso le quería yo hablar, el profesor Sugarbaker empieza a hablar de su técnica y a aplicarla en los años 80, ¿cómo llega usted a conocer su experiencia pionera?

R: Yo lo había visto en Madrid en un congreso al que vino invitado el profesor Enrique Moreno González y realmente en aquel entonces le presté poca atención. Sí que es cierto que en aquel entonces a Paul Sugarbaker le resultaba difícil publicar en las revistas internacionales, porque casi nadie le hacía caso ni creían en lo que decía. En 1990 empieza a hacer publicaciones que eran más frecuentes y a aparecer sus artículos en revistas de mucho prestigio quirúrgico (Annals of Surgery, Surgery, Surgery Gynecologists & Obstetricts, International Journal of Surgery, World Journal of Surgery…) y empiezan de forma masiva a aparecer sus publicaciones y sus resultados, conforme vas estudiando y vas viendo que “este señor o es un impostor y está faltando a la verdad de una forma escandalosa porque está rompiendo todas las bases y fundamentos con los que tú te has formado, o realmente es que estamos todos equivocados y hay que aprender directamente de él, ya que estás en mundos totalmente diferentes”. Así fue cómo nos lo planteamos. Gracias al apoyo de mi mujer y de la Asociación Española de Cirujanos y de los cirujanos americanos también, tuvimos la opción de juntarnos a él en 1996, en Washington.


P: ¿Cuánto tiempo pasó formándose o trabajando con el profesor Sugarbaker?

R:  Estuve siete meses, porque en aquel entonces no era tan sencillo que te mantuviesen una plaza en la Seguridad Social a tu regreso. Entonces, sí que es cierto que yo solo puedo hablar a favor de mis compañeros del equipo de Valencia y de mi jefe en aquel entonces, que era Salvador Lledó, que me ayudó, pero también es cierto que me dijeron que no me iba a mantener el contrato y entonces no tuve más remedio que regresar.


P: Cuando usted regresa, ¿puede aplicar la técnica de inmediato o pasa un tiempo?

R:  De inmediato. Yo regreso el 23 de diciembre y en el mes de febrero consigo con el apoyo de Salvador Lledó crear la Unidad de Carcinomatosis, la primera unidad en España, y el primer caso lo hicimos en el día de los enamorados, el 14 de febrero de 1997. Ese día hicimos la primera citorreducción con quimiohipertermia  intraperitoneal intraoperatoria en España.


P: ¿Tuvo usted que vencer el escepticismo dentro de España?

R:  Mucho escepticismo dentro de España, sí, pero esto es un calvario que se veía venir porque el mismo calvario estaba sufriendo Paul a lo largo de su vida. Esa problemática estaba sufriéndola en el momento que me fui con él. La oposición era más por la incredulidad, por la falta de apoyo por compañeros (algunos por celos o por falta de conocimiento, otros por realmente intentar mantener su posición o sus bases) y luego también porque, a pesar de que desde el inicio fuimos divulgando en todos los congresos regionales, nacionales e internacionales que podíamos, y publicando todo lo que pudimos, y que también seguimos haciéndolo, todavía no es una alternativa terapéutica que esté reconocida de forma oficial en muchos ámbitos.


P: Aún en nuestros días…

R:  Aún no está oficialmente reconocida en nuestros días, a pesar de que estamos hablando del año 1997 en España y de que Paul Sugarbaker empezó en 1982.


P: Quizá sea bueno recordar cómo era realmente la perspectiva con carcinomatosis antes de la técnica Sugarbaker. Usted recordará pacientes que habrían alargado muy probablemente su vida de haber podido ser operados con esa técnica.

R:  Desgraciadamente sí, y que, por desgracia, sigue siendo así. Incluso a día de hoy, el problema principal que tenemos es que dependiendo quién te atienda te da unas alternativas u otras, que te permiten acceder a unas posibilidades u otras. Aún así hay muchos pacientes a los que ni siquiera se les brinda la posibilidad de tener esta alternativa terapéutica.


P: Vamos a detenernos en ese paciente, el primer paciente que usted opera con la técnica, ¿usted le explicó a él o a ella y a sus familiares que lo que iban a hacer era algo así de novedoso? ¿Cómo recuerda el trato con aquella persona?

R:  Claro, claro, desde el inicio, y además le expliqué que era la primera vez que se hacía en España, que era la primera vez que lo hacía yo como primer cirujano, que a pesar de que había estado con Paul Sugarbaker, él era el cirujano, no era yo.  La paciente tuvo que firmar el consentimiento; para eso Paul era muy riguroso en todo, de tal forma que nos trajimos no solo sus procedimientos, sino también sus consentimientos informados, en los que se ponían de manifiesto todas las posibilidades, todas las necesidades terapéuticas, todas las posibles complicaciones, todas las necesidades de colostomías y otras ostomías en caso de que hubiese más de dos resecciones, el permiso para hacer uso de su iconografía, su historia clínica y su filmación, y su posterior uso siempre con fines didácticos y docentes. Todo eso estaba perfectamente establecido.

Paciente intervenido por Pseudomixoma 13 Abril 1999. PCI 24/36. Citorreducción y QIIH (Quimioterapia Intraperitoneal Intraoperatoria Hipertérmica). Consulta de revisión a los 20 años, 2019.


P: ¿Cómo fue la evolución de esa paciente? 

R: Esa paciente le prolongamos la vida solo seis meses porque era una carcinomatosis por cáncer gástrico difuso de alto grado y sumamente agresiva y, por desgracia, a pesar de que hizo un postoperatorio bastante bueno y al mes y medio estaba haciendo vida normal, su enfermedad prosiguió y seis meses después tuvo una recurrencia y falleció.


P: ¿Recuerda usted el primer caso de los muchos que han pasado por sus manos en el que haya habido una curación?

R:  Por supuesto, tengo fotografías con él. Es un paciente con un pseudomixoma en 1999, cuando yo ya estaba en Vitoria y que sigue vivo en la actualidad. El paciente es un fuera de serie; han pasado 20 años y sigue perfecto. Actualmente tiene 84 años, lo operamos con 64.

“En medicina es más difícil establecer el vínculo entre un error y el resultado del error, en la cirugía siempre es inmediato”

P: Aparte de la técnica Sugarbaker, ¿qué es posible hacer hoy en día contra el cáncer que, desde el punto de vista de la cirugía, no lo fuera cuando usted empezó a estudiar?

R:  Yo creo que muchas cosas. No es solo la cirugía y la técnica quirúrgica, sino también el apoyo logístico de los hospitales, todo el desarrollo de las ciencias básicas y los compañeros de otras especialidades, empezando por cuidados intensivos o anestesia, y por los propios oncólogos y radiooncólogos, que hacen lo que en aquel entonces eran auténticas aventuras prácticamente en solitario o grupos muy pequeños, hoy en día estén amparadas y apoyadas por grupos de trabajo muy serios y todos ellos hacen que se consiga el éxito mucho más fácilmente.


P: Como pionero en la carcinomatosis en España, ¿cuántos pacientes cree usted que han pasado por sus manos con estas patologías?

R:  En tema de carcinomatosis unos 300, porque yo, por desgracia, no he tenido el apoyo institucional de algunos compañeros, y he estado centrado sobre todo en un centro privado por la dificultad de poder implementarlo en el País Vasco, que no han conseguido instaurarlo oficialmente.


P: Eso me lleva a preguntarle por la estrategia de Cataluña fue bien distinta, ¿verdad?

R:  Claro. Pedro Barrios tuvo mucha más suerte que yo. Desde el inicio tuvo el apoyo institucional y eso le permitió hacerlo en un centro público con lo cual es un centro nacional de referencia, fue el primer centro nacional de referencia reconocido. Nosotros fuimos el primer centro nacional de pseudorreferencia en el Clínico de Valencia; nos mandaban pacientes de muchos lados. Cuando vinimos a Vitoria nos pasó igual y al no tener el apoyo institucional en la medicina pública, no tuvimos más remedio que hacerlo en la medicina privada en cuanto contamos con una de cuidados intensivos con suficiente caché y fuerza. Entonces durante muchos años hasta el año 2006 o 2007 fuimos centro de referencia nacional. Nos mandaban pacientes de 11 a 17 Comunidades Autónomas remitidos por la Seguridad Social.


P: Y, ¿por qué se acaba esa referencia? ¿Por qué dejan de ser centro de referencia?

R:  Porque gracias a Dios vamos divulgándolo y se van creando centros en otras comunidades autónomas, y vamos pudiendo hacer que otros compañeros vayan desarrollando la técnica. Eso hace que esas comunidades autónomas dejen de enviarnos sus pacientes para que lo asuman unidades con mucho prestigio en muchos centros de prácticamente todas ellas. Creamos en 2005 el Grupo Español de Carcinomatosis y, que posteriormente fue el GECOP en el 2007, pero la primera reunión la hicimos aquí en Vitoria en Mayo de 2005 que fue cuando conseguimos crear el inicio de la Sociedad que después ya se formalizó en la Reunión de Barcelona con Pedro Barrios y con la SEOQ, en la GECOP. Entonces ya conseguimos que lo que antes era solo un grupo de amigos (inicialmente éramos solo nueve centros) sean ahora más de 30 centros y grupos reconocidos en España, y casi todos ellos en el sector público, no en el privado.


P: ¿Cuál sería el siguiente paso para la implantación total de esa técnica y que llegará a todos los pacientes que la necesitan?

R:  La vinculación de los oncólogos médicos, darse cuenta de que hay que trabajar en conjunto, de que el objetivo es la ayuda al paciente desde todos los puntos de vista y que solamente consiguiendo un tratamiento multidisplicinar y bien orientado podemos alcanzar el éxito que en otras muchas patologías se está consiguiendo.

“El mundo del trasplante y el mundo del cáncer tanto en el ámbito básico como en el técnico-quirúrgico están a un nivel muy alto” 

P: ¿Qué le han enseñado a usted los pacientes?

R: Me han enseñado todo, desde profesionalmente hasta humanamente, Y más humanamente incluso.


P: ¿En qué sentido?

R:  En su lucha por la supervivencia, en su perseverancia, en su constancia, en su capacidad de sufrimiento, su abnegación, en todo. Nuestros maestros son nuestros pacientes, que se entregan absolutamente con fe ciega, y que colaboran con nosotros en todo.


P: Doctor, quería detenerme un momento en su faceta como investigador al que a usted ha hecho referencia. Usted ha dedicado varias publicaciones al paciente oncológico mayor, al anciano. Quería preguntarle si la medicina ha dejado de lado o ha dejado por perdido durante demasiado tiempo a los pacientes a partir de determinada edad y si ese paradigma está cambiando.

R:  Afortunadamente está cambiando, pero no por los intereses del sistemas sino por exigencias del paciente. La realidad es que ahora en 2020 el varón español alcanza los 80 años de media y la mujer española los 88, y que eso antes era absolutamente impensable. Yo recuerdo en mi estancia en Logroño un gerente que tuvo la osadía de decirnos que no podíamos ingresar en cuidados intensivos a los pacientes oncológicos mayores de 70 años, a lo que le respondimos que qué edad tenía él, que tenía 67 años, y que nos dijera de qué quería que lo operásemos en los tres siguientes años. Eso que hoy parece algo de ficción yo lo viví en 1991, pero ha evolucionado: hoy en día sigue habiendo mucha problemática porque los pacientes mayores de 70 años no entran en el protocolo de carcinomatosis aún cuando ya se está rompiendo ese hito y el límite de edad no es cronológica sino que es biológica. Todavía a pacientes oncológicos de oncología convencional, no de oncología avanzada o diseminada, en ocasiones se les privan de un tratamiento cuando tienen más de 80 años.


P: ¿Eso es por sistema o varía en función de la comunidad autónoma, del centro?

R:  Varía, por supuesto.


P: Pero ¿quién lo establece?

R:  Desafortunadamente lo establecen las personas, pero no de una forma o de un criterio unánime y unitario, sino que cada cual hace de su capa un sayo, por desgracia, de tal forma que dependiendo de donde estés, donde hayas nacido, donde seas atendido… tienes una suerte u otra.


P: Y, ¿qué haría falta para vencer esa resistencia? ¿Haría falta más evidencia científica para demostrar los beneficios de los tratamientos en ancianos?

R:  Primero, más evidencia científica; segundo, que nos diéramos más cuenta de que la población va a alcanzar más edad y por tanto va a haber más pacientes oncológicos en edades por encima de lo que estamos acostumbrados en la actualidad, y que vamos a tener que hacer frente tanto a su tratamiento como a sus postoperatorios, al igual que a sus seguimientos, sus complicaciones y a su desarrollo de enfermedades subsiguientes. Es decir, que el paciente que en la actualidad es un paciente oncológico de 60 o 70 años está pasando a ser un paciente oncológico de 80 años, y hay que atenderlo igual porque su esperanza de vida, si es correctamente tratado. todavía puede ser prolongada en el tiempo.


P: De nuevo volvemos al principio de la conversación, usted me ha hablado de la iatrogenia, se la plantea usted especialmente en estos casos, ¿no?

R:  En esos casos todavía la espada de Damocles es mayor, y la balanza también es mayor. No tienes solo que hablar de la protección de la vida (que es lo primero) y del tratamiento oncológico (que es lo segundo), o del tratamiento funcional (que es lo tercero), sino que tienes que darte cuenta de que el paciente es todo y por tanto sus comorbilidades y sus probabilidades son importantísimas a la hora de establecer sus beneficios, su expectativa de vida. Es un formato directo en el que tanto el paciente como uno de forma conjunta asumamos los riesgos, con la mayor evidencia científica que sea posible.

Recibiendo el Premio Die Goyanes a su trayectoria quirúrgica, en el Congreso Nacional de SEOQ en Murcia, en junio de 2019.


P: En la actualidad está usted muy vinculado con el tratamiento de la enfermedad retroperitoneal.

R: Sí. Desde hace cinco años y con el asunto de la fusión del Hospital Universitario de Álava, me relegaron a seguir en el Hospital Santiago y no me permitieron incorporarme al Hospital de Txagorritxu. Entonces, gracias a esa circunstancia, hemos podido crear una unidad en nuestro centro, quirúrgicamente multidisciplinaria, con urólogos y cirujanos vasculares, y nos hemos encargado de toda la patología retroperitoneal compleja, los liposarcomas retroperitoneales, la patología renal tumoral con afectación vascular de cava, con necesidad de reconstrucción de grandes vasos, y vamos a publicar este año que viene un VideoAtlas, que ya está aceptado y mandado a imprenta con PanAmericana.


P: En otra de sus publicaciones, en la revista Cirugía Española, habla usted del tratamiento radical en la carcinomatosis y de que hay tiempos de cambio. De manera resumida, ¿en qué consisten esos tiempos de cambio?

R:  En este momento el tratamiento de carcinomatosis está sufriendo una convulsión por los resultados del Prodige 7 que salió en ASCO.  En los resultados del estudio francés, que puso en duda y puso en jaque el tratamiento con la quimiohipertermia adyuvante a la citorredución, lo que ha quedado de manifiesto con estos trabajos, tanto en una reciente publicación en el European Journal of Surgery, como en Cirugía Española, con las dos cartas al director que he presentado, es que la única solución se ha conseguido en pacientes con citorreducción CC0-1 , es decir, cuando la cirugía se ha hecho correctamente, y solo en aquellos pacientes a los que se les ha hecho la citorreducción completa y que además luego se han tratado con quimioterapia adyuvante correcta también. Estamos hablando de carcinomatosis por cáncer de colon, con medianas de supervivencia por encima de 40 meses. Esto es totalmente inalcanzable con ninguna otra alternativa terapéutica, que no llegan nunca a los 30 meses de mediana de supervivencia. En ninguna de ellas.


P: De los campos de frontera contra el cáncer ¿cuál es el que a usted le llama más la atención o por cuál apostaría usted?

R:  En este momento tenemos por un lado todos los grupos de tratamiento del sistema inmunitario y todo el ámbito de los anticuerpos monoclonales que están realmente abriendo una nueva esperanza de vida a muchos pacientes resistentes a la quimioterapia. Está permitiendo que sea objeto de un rayo de esperanza, por lo menos da la sensación de que por ahí van los siguientes tratamientos multidisciplinarios.


P: Una última pregunta, ¿qué habrá sido usted de no haber sido cirujano?

R:  Pues creo que cirujano también (ríe). Pero, de no haber podido ser cirujano, supongo que por mi influencia familiar igual me hubiese decantado por las leyes porque siempre he tenido presente el ámbito legal en toda mi trayectoria personal y profesional.

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