Dr. José Luis García Sabrido
Doctor José Luis García Sabrido
“[A los estudiantes de medicina] hoy en el siglo XXI, cuando ha cambiado el mundo en muchas facetas, yo les recomendaría una cosa fundamental: vocación, vocación y vocación”
En 2015 se jubiló un cirujano que es casi una institución. José Luis García Sabrido (Madrid, 1945) decía adiós a décadas de dedicación a la cirugía desde el hospital en el que trabajó durante más tiempo, el Gregorio Marañón de Madrid. Allí fue responsable durante años del servicio de cirugía y también responsable del programa de trasplantes hepáticos, que había superado la cifra de 1.100 cuando se jubiló. Viajó y se formó en el extranjero en una época en la que las estancias en el exterior no eran comunes. Criado en un entorno de médicos, muy joven, aún adolescente, comenzó a ayudar en autopsias. De la mano del profesor Barros conoció a importantes figuras de la intelectualidad. Cosmopolita confeso, por su bisturí pasaron Fidel Castro o Hugo Chávez. Tras su retiro, ha seguido trabajando como cirujano en zonas desfavorecidas del planeta.
P: ¿De dónde surge esa vocación? ¿Cómo llega a la medicina?
R: En mi caso tiene un origen familiar: mi entorno familiar, mi padre, mi tío, mi primo mayor eran médicos y yo me desenvolví en ese ambiente; a su vez ellos tenían amigos y colegas médicos. Esto causó gran impacto e influencia durante mi juventud y tomé la decisión, porque me parecía que su trabajo era de gran relevancia, humanístico y muy técnico, de estudiar medicina. Durante los primeros años todo ese ambiente familiar y disponibilidad me permitieron hacer en periodo de vacaciones prácticas como segundo o tercero delante en las cirugías óseas, ginecológicas…, y ayudé a hacer autopsias forenses. Todo esto me permitió complementar mis estudios y mi currículum en la Facultad de Medicina.
P: Tengo entendido que usted nació en la calle Francisco Silvela, pero usted se crió en Talavera de la Reina.
R: Allí hice mis estudios iniciales hasta el bachillerato, entonces teníamos que hacer el examen en Madrid, concretamente en el Instituto Cardenal Cisneros. Una vez terminado elegí la carrera de medicina y con 16 años me trasladé a Madrid y volví a Talavera de la Reina para visitar a mis padres y amigos, pero ya mi asentamiento fue Madrid.
P: He leído en una entrevista muy hermosa que le dedicó Manuel Vicent que usted ya a los 13 años empezó a ayudar en tareas de medicina forense. Cuénteme eso porque me pareció muy llamativo.
R: Entre el grupo de amigos en el que envolvía el entorno familiar médico había un forense en Talavera de la Reina, don Emérito Rodríguez Aguilera. Como Talavera de la Reina era cabeza de partido judicial, atendía a una extensa región de la provincia de Toledo. Mi padre era ayudante del forense y yo estaba en ese periodo de inquietud de los 13 o 14 años en el que todavía no había ingresado en la Facultad de Medicina. Esto se prolongó años después: entre otras actividades, yo me enrolaba con ellos, iban a pueblos de la sierra a hacer autopsias en los cementerios y participaba con ellos en la autopsia judicial. Hasta tal punto, que pasados tres o cuatro años, el forense solo firmaba la descripción que hacía mi padre ayudado por mí, lo que me permitió un conocimiento de la anatomía en cadáveres frescos que era absolutamente mejor que la de los cadáveres conservados de la facultad. Fue una etapa muy interesante en mi formación.
“[Durante su formación y primeros años de carrera] los médicos eran personas cultas con una inquietud mucho más allá del campo donde ellos eran expertos”
P: Siendo usted tan joven y viéndose en una realidad muy truculenta, ¿no le impactaron algunos casos concretos en los que usted ayudó?
R: No tanto, porque ya estaba acostumbrado por las pequeñas operaciones o como segundo o tercer ayudante, cuando ya tenía 14 o 15 años en los quirofanos o en los partos. Lo que sí me impresionó es que en aquel entonces el índice de suicidios en personas mayores de 70 u 80 años en el medio rural se producían por una enfermedad común, la depresión, y en aquel entonces no había fármacos para controlarla; era muy frecuente que estos ancianos pacientes del medio rural optasen por quitarse la vida en forma de ahorcamiento en el campo. Eso sí me impresionaba; había que levantar el cadáver, tenía que ir el juez, pero una vez ya el cadáver en la mesa de autopsias se convertía en una inquietud técnica.
P: Cuando usted ingresa finalmente en la facultad de medicina cuenta con una trayectoria que supongo que sería la envidia o al menos resultaría muy llamativa para el resto de sus compañeros, ¿no?
R: Sí, no tanto con mis compañeros, que también, sino con los profesores asociados de la facultad o los cirujanos jóvenes, porque estos cirujanos no tenían mucho acceso a la cirugía, algo que estaba dominado por las antiguas estructuras de las cátedras… Yo veía que tenían conocimientos y habilidades incluso menores que las mías, con lo cual me producía bastante inquietud, pero, bueno, los años pasaron, terminé mi carrera de forma brillante, hice la licenciatura que había que hacer entonces después y opté por hacer oposición a médico residente (me parece que fue la segunda o tercera convocatoria que hubo en Madrid). Me hablaron muy bien de lo que entonces era el antiguo Hospital Provincial (hoy Centro de Arte Reina Sofía). Ahí trabajaba como jefe de cirugía el profesor José Luis Barros y coincidió que acabé la carrera en la Ciudad Sanitaria Provincial Francisco Franco. Luego, a lo largo de las décadas, ya con la democracia, ese tipo de nombres y apelativos fueron cambiando. Hoy ese hospital donde yo ya hice mi residencia y empecé a progresar es lo que se conoce como Hospital General Gregorio Marañón.
P: ¿En qué época se licencia usted? ¿De qué año estamos hablando?
R: Yo me licencié en el año 1968 y a finales del 69 el hospital se traslada al nuevo edificio. En este momento yo soy residente y sigo en el servicio de José Luis Barros (que para mí era un referente porque era para su tiempo uno de los cirujanos modernos, se había educado en el mundo anglosajón, fundamentalmente en Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos). Me trasmitía la inquietud de viajar y formarme, además de bajo de sus enseñanzas, fuera.
P: Le iba a preguntar por el profesor Barros y también por esa trayectoria que usted sigue fuera de España. En primer lugar se va usted a Londres al Saint Mary’s Hospital, ¿eso es correcto?
R: Sí, voy porque ya durante mi aprendizaje como residente fui consciente, tal y como ya tenía el profesor Barros, que la formación vascular sólida era fundamental en la cirugía extensa del cáncer. Entonces, todavía no existía la especialidad de cirugía vascular periférica en España y bajo recomendación del profesor Barros que conocía a doctores como Eastcott, que era un gran cirujano del Saint Mary’s. Me fui allí casi un año (se da la particularidad que en ese hospital trabajó Fleming que ahí es donde descubrió la penicilina) y obtuve una muy buena formación vascular que luego fue clave en el desarrollo técnico posterior para los trasplantes, por ejemplo.
P: Cuando llegó a la medicina, ¿en qué momento decidió dedicarse a la cirugía? ¿Tenía usted claro iba a ser su orientación desde el primer momento?
R: Sí, era mi orientación. Primero, porque había un componente familiar muy grande y segundo, porque cuando yo tuve la primera entrevista, acabada la carrera, con el profesor Barros me impresionó su formación humanística, literaria, técnica, tan profunda y tan atractiva… y ya no vi otra especialidad más que la cirugía. Entonces la cirugía general era una cirugía tremendamente extensa que iba desde la cabeza y cuello hasta todo el abdomen, cirugía torácica; era un terreno casi inabordable.
P: Me llama la atención mucho que usted insista en el que profesor Barros tenía una gran formación técnica y médica y además humanística. En los últimos años se ha incidido mucho en la especialización técnica y parece ser que la evolución de la cirugía es hacia ámbitos concretos. ¿Se ha descuidado la formación humanística, que antes parecía esencial en las grandes figuras de la medicina de España?
R: En mi opinión y en mis vivencias a través de mi formación primaria con el profesor Barros y luego con otros grandes profesores que yo conocí en Inglaterra, como Delsey o McKinnon, los médicos eran personas cultas con una inquietud mucho más allá del campo donde ellos eran expertos. Esto me llevó a mí también, siguiendo la estela de José Luis Barros,a tener contacto con escritores que en aquel momento estaban en el exilio español y que Barros ayudó mucho por su influencia política. Él había operado a un ministro franquista, José Solís Ruiz, y de esa amistad y reconocimiento se quedó una influencia a través del cual muchos grandes escritores y pintores volvieron a España: Alberti, José Bergamín, Caballero Bonald… Yo tuve desde muy jovencito mucha relación con ellos, y conocí al gran cineasta Luis Buñuel, íntimo amigo de José Luis Barros.
P: Eso es impagable…
R: Es impagable, porque forma parte de todo el mosaico formativo de cualquier persona, sea uno matemático, cirujano… pero en el caso del cirujano más, porque trabajamos con un material muy sensible que es la salud y las vidas. Para eso, hay que tener una visión más allá del conocimiento técnico.
P: De estas grandes figuras la cultura, ¿recuerda usted algún interés que mostraran o alguna curiosidad que le trasladaran a usted o al profesor Barros sobre su campo de especialidad, sobre la medicina?
R: Sí, ellos tenían admiración por los médicos, pero mostraban una admiración crítica porque ellos estaban por encima de eso. Muchas figuras, fundamentalmente de lo que se ha dado por llamar intelectuales de izquierdas, pasaron por el quirófano de José Luis Barros. Estaban agradecidos, pero luego también hacían muchos comentarios jocosos sobre la acción de los médicos; eran críticos. Frecuentemente, aludían la naturaleza es la mejor amiga de los cirujanos, porque lo rompen todo y ella lo arregla todo (risas).
“La cirugía (…) es una de las piezas de toda una maquinaria: el cirujano debe estar integrado en un conjunto de expertos en oncología médica, oncología radioterápica, y debe conocer las acciones de los fármacos modernos”
P: ¿Quién decía eso?
R: Eso lo decía [José] Bergamín. No eran más que una forma de admiración, desde otra frontera [de la cultura].
P: Volviendo a su trayectoria internacional en aquella época, usted va luego a Canadá, al Royal Victoria Hospital.
R: Sí, a la Universidad de McGill, en 1980. Entonces el hospital tenía un convenio de intercambio con Canadá y fundamentalmente con el sector anglosajón. En la bilingüe Montreal (en Quebec, una provincia francófona) había dos sectores académicos muy potentes: el francés, con la universidad Laval, y el angloamericano, con la universidad de origen judío McGill. Como yo ya me había formado en Inglaterra y dominaba el inglés (aunque mi primera lengua en el bachillerato era el francés) y estaba interesado en los primeros programas de trasplantes que empezaban a hacer en el Royal Victoria, donde también había un núcleo de profesores interesados en la infección quirúrgica. Y es que, cuanto más se profundizaba y se hacía extensa la cirugía, mayor era el número de complicaciones y la reina de todas las complicaciones es la infección quirúrgica. Bajo los conocimientos de la nueva microbiología y desarrollo de nuevos fármacos antibióticos había un núcleo que produjo muchísima información a la literatura médica. Esos dos elementos me atraían mucho para consolidar mi formación. Ahí estuve un año, un año que se considera como el año más frío de la historia moderna y tuve la suerte de sobrevivir a temperaturas de -37º C. Pero era una ciudad con la energía baratísima, y todo el mundo iba en mangas de camisa dentro de los edificios cuando fuera había dos metros de nieve, porque lass casa, los túneles subterráneos que comunican la ciudad y los lugares de trabajo estaban a 24º C.
P: En aquel momento ya tiene usted un interés en concreto por cirugía del cáncer.
R: Sí, había dos intereses, la cirugía del cáncer, que ya se estaba iniciando a través de un grupo concreto, y la cirugía de la hipertensión en cirrosis hepática. Entonces todavía no se habían desarrollado los trasplantes, o se hacían con algún éxito, primero en Denver y luego en Pittsburgh. Los cirujanos trataban una de las complicaciones mortales, que era la hemorragia por varices exofágicas de la hipertensión portal. Tenían un grupo muy activo que trabajaba en ello y eso me llevó a una nueva fase de la formación, después de pasar por los grandes centros oncológicos americanos, el Memorial Mass General en Boston y la Universidad de Chicago, donde se consolidó mi formación en oncología quirúrgica. Luego, como de forma colateral estaba muy interesado en la cirugía de la hipertensión portal (de hecho hicimos una serie de derivación porto cava lateral con un segmento de PTS anillado porque uno de los problemas de la derivación porto cava clásica era que producía mucha encefalopatía en los pacientes y había que calibrar eso) hicimos una de las publicaciones más extensas de la época.
P: Y su paso por el Hospital Presbiteriano de Pittsburgh, ¿fue antes?
R: Sí, ya habíamos iniciado mi colega José Ramón Polo y yo un programa experimental en el cerdo, en el laboratorio experimental del Hospital Marañón, y llevábamos trabajando ya como dos años en el trasplante experimental. En ese momento, había dos focos de formación: uno era Cambrigde con Cambelt y, otro después de marcharse de Denver a Pittsburgh, con Thomas Starr. Primero estuve en Cambridge, pero allí estaban pasando muy mala época con mucha mortalidad y hacían menos casos, y en 1985 me fui a Pittsburgh con Thomas Starr: ahí consolido mi otro área de interés, el trasplante de órgano, el trasplante hepático.
P: Después de todas esas estancias usted regresaba a España, a su hospital, ¿podían aplicar las mismas medidas, todas esas técnicas y avances que usted estaba aprendiendo fuera o había dificultades de tipo técnico o de recursos que dificultaban su traslado inmediato aquí?
R: Se podían trasladar, aunque había dificultades porque eran técnicas foráneas y extrañas en los años 80 aquí. En la Universidad McGill se aplicaban las modernas suturas automáticas que hoy ya se utilizan por rutina. Después de mi paso por allí, hablé con la casa que los fabricaba y nos prestaron varias máquinas para empezar el desarrollo de aplicaciones en España. Lo curioso no era la dificultad de obtenerlas (que era relativamente fácil pagándolas), sino el rechazo de los cirujanos clásicos al ver que eso se hacía fuera de los cánones de la sutura manual. Era más ese rechazo a una técnica nueva: el gran enemigo no es la técnica ni el dinero, es el cambio de paradigma y ese cambio de paradigma siempre resulta sospechoso en tus colegas.
P: Hay algo muy destacado en su carrera: ha operado a grandes figuras políticas, como el mandatario cubano Fidel Castro. Creo que lo operó por mediación del bailarín Antonio Gades…
R: Sí, Antonio Gades era muy amigo de José Luis Barros y yo empecé a tener amistad con Antonio, que luego fue paciente mío en el año 85 tras volver de Pittsburgh. Entonces, Antonio era miembro destacado del Partido Comunista Cubano, y ayudaba intelectual y económicamente mucho: iba con su ballet a La Habana frecuentemente. De nuestra amistad surgió que lo acompañase en alguna ocasión y algo cada vez más frecuente. Yo me alojaba en su casa de La Habana y empecé a conocer a todo el mundo de la nomenclatura política_ toda la familia Castro, ministros, intelectuales, artistas… Yo era un personaje allí conocido y también había tratado a la esposa de Raúl Castro (luego murió de una enfermedad degenerativa). Siempre que iba a La Habana (tanto en el Hospital Hermanos Ameijeiras que es el mayor de Cuba como en el Hospital Cimeq que es el hospital de especialidades donde se operan la nomenclatura política), tenía dos o tres casos que me ponían para cirugía. De hecho, muchos cirujanos tanto en el Cimeq como en el Hermanos Ameijeiras han sido alumnos míos que luego vinieron al Marañón, se formaron conmigo, volvieron a Cuba y ahora son jefes de trasplantes, jefes de cirugía oncológica, etcétera…
P: Se llegó a publicar que usted le alargó la vida 10 años a Fidel Castro, no sé hasta qué punto eso es así o es una exageración periodística.
R: Mi conocimiento más frecuente era con Raúl [Castro]. A Fidel también lo conocía, pero era un hombre un poco peculiar al que no era fácil acercarse. Le surgió durante un viaje por Sudamerica una hemorragia digestiva baja. Llegó en avión a La Habana, donde se formó un círculo de médicos y expertos para ver qué origen tenía y se determinó que podría ser una flea inflamatoria que además había sangrado profusamente. La cirugía mínimamente invasiva ya estaba iniciándose progresivamente en La Habana y le propusieron abordar la lesión por laparoscopia. En mi opinión, un error, porque por aquel entonces yo no tenía tanta experiencia y había una masa inflamatoria que además estaba sangrando. La cirugía se transformó en un montón de complicaciones. Pasados varios meses, me llamaron como consultor para tomar una decisión terapéutica. Me trasladé allí, tuve una reunión con los cirujanos que le habían operado, con los expertos digestivos… y di una serie de indicaciones para hacer que me parecían de una gran importancia. Se ejecutaron y él progresivamente mejoró, tanto que vivió diez años más, aunque él para entonces ya tenía 80 años y complicaciones asociadas a la edad. Después del primer impacto, de la primera cirugía, hubo complicaciones y pequeños arreglos para consolidar una serie de fístulas intestinales que le habían quedado… él quedó con una limitación física, pero con la misma potencia intelectual de siempre. Vivió esos diez años plenos intelectualmente.
P: Luego usted interviene también al presidente venezolano Hugo Chávez.
R: Sí, eso es después. Realmente ahí la intervención fue mínima porque a él le habían diagnosticado un tumor muy raro, que era un adenosarcoma pélvico muy extenso. Le hicieron una laparotomia exploradora en La Habana y consideraron que era una lesión inabordable. Entonces me llamaron a consulta. La anatomía patológica era muy deficiente, en el sentido de que no había un buen diagnóstico y yo aconsejé hacer una reentrada para evaluar primero la lesión vía punción y biopsia, y si no era primariamente operable hacer neoadyuvancia y luego ver cómo respondía la enfermedad. Yo hablé con él y como conocía muy bien cómo era el desarrollo técnico. Porque en Cuba hay muy buenos cirujanos, muy buenos internistas y los médicos de cabecera son excelentes, pero tienen una limitación técnica gigantesca por el bloqueo y por el dinero. Tenían aparatos de radioterapia, la antigua bomba de cobalto a los aceleradores más antiguos de electrones. Yo le aconsejé no hacerlo en La Habana, sino en Brasil o incluso en España porque con una gestión diplomática seguro que lo hubieran permitido, pero los cubanos no querían perder esa pieza, porque muy influyente para ellos, una fuente de petróleo casi gratis. Querían tenerlo allí. Él tuvo muchísimas complicaciones por la radioterapia. Esas complicaciones, más además en la evolución del tumor, le llevaron a la muerte.
P: En otro orden de cosas, ¿cuáles han sido los grandes hitos en la evolución, los grandes pasos adelantes en la cirugía del cáncer desde que usted la ejerce?
R: El primero fue el desarrollo técnico en los años 60 y 70, donde ya los límites de la operabilidad se ampliaron por el desarrollo técnico. Los otros dos grandes avances, que vinieron de la mano, fueron el desarrollo de modernos antibióticos que permitieron tratar complicaciones posoperatorias y de infecciones que mataban a los pacientes, y la nutrición artificial a finales de los 70 y comienzos de los 80 con el profesor Francis Moore en Boston. Eso se extendió por todo el mundo; la nutrición parenteral como forma de nutrición artificial cambió el panorama porque el tubo digestivo en pacientes oncológicos o con complicaciones generalmente es inhábil; la renutrición y la nutrición parenteral fue salvadora en muchos casos. La cirugía cada vez se hizo más extensa y se hizo más segura. En ese intervalo se desarrolla por una parte el trasplante de órganos y, por otra, empieza lo que hoy conocemos como cirugía mínimamente invasiva. Se trata de un hito fundamental, pero a los cirujanos ya de mi época nos costó adaptarnos a ese nueva paradigma, porque ya no estamos trabajando en el tórax o en el abdomen directamente, sino que con instrumentos largos y con las manos fuera; no miramos al campo quirúrgico sino a una pantalla. Bueno, con el tiempo todos nos acostumbramos. La cirugía mínimamente invasiva transformó la cirugía, mejoró la recuperación, el dolor y, aunque ha habido discusión y la sigue habiendo, sí ha mejorado los resultados del cáncer. Ha mejorado el posoperatorio, el dolor y la accesibilidad para zonas que antes no eran accesibles, que se ha simplificado muchísimo.
Paralelamente a eso, también hay que destacar el trasplante de órganos después de la definición de muerte cerebral en 1984. Todos los trasplantes de órganos sólidos se desarrollan casi a la vez: el corazón, el pulmón, el hígado, después el páncreas… se dispara en el mundo. Además, hay un montón de enfermedades que ya no tienen el tratamiento que les dábamos, la hipertensión portal como complicación final del cirrótico y la hemorragia ya no lo operábamos porque esos pacientes iban directamente al trasplante de órganos. Nosotros iniciamos nuestro programa en el año 90, en el Marañón y antes de retirarme yo en 2016 llevábamos ya más de 1.100 casos.
P: Profesor, después de jubilarse usted ha seguido ejerciendo como cirujano en comunidades de diferentes partes del globo donde no hay un acceso a la medicina como del que podemos gozar en el primer mundo, ¿cuáles ha sido, de esas experiencias, las que a usted le han conmovido más?
R: He trabajado con varias ONG. Desde atender a los emigrantes que cruzaban el Mediterráneo en Lesbos (Grecia) a sobre todo en Sudamerica, en Bolivia, con tres ONG, como cirujano general. Naturalmente allí no se hace ni trasplante de órganos ni cirugía oncológica extensa pero sí cirugía que es también muy eficaz, como por ejemplo, los cirujanos oftalmológicos operan cataratas que devuelven la visión; los pedriáticos, malformaciones congénitas en niños; y los generales, histerectomías por miomas gigantes que inutilizaban a mujeres jóvenes.
P: Aquí eso no se ve desde hace muchísimo tiempo, son patologías que en el mundo avanzado ya no son habituales.
R: En el Altiplano se ve una cosa que aquí impactó. Hay mucho bocio multinodular por déficit de yodo: son masas cervicales que comprimen la tráquea. Esta gente vive a 3.500 o 4.000 metros, es decir, que hay un determinado grado de adaptación a la hipoxia, pero con esa compresión, hombres o mujeres de 35 a 40 años se morían por la noche asfixiados en su casa. Era una de las cirugías que acometíamos frecuentemente allí.
P: ¿Cuál sería su recomendación para un estudiante de medicina que esté valorando la posibilidad de dedicarse a la cirugía y, específicamente, a la cirugía del cáncer?
R: Hoy en el siglo XXI, cuando ha cambiado el mundo en muchas facetas, yo le recomendaría una cosa fundamental: vocación, vocación y vocación. Hoy, en tiempos en que hay cursos donde se informa a los alumnos para ayudarles en la elección de las carreras, normalmente los argumentos que se utilizan es el rendimiento económico, el éxito… Pues si alguien quiere el reconocimiento social, si quiere ganar dinero y tener los fines de semana libres y no enfrentarse a las complicaciones y a la muerte, que coja cualquier otra carrera menos medicina y sobre todo cirugía. Si ya optó por ella y va a hacer cirugía oncológica, mi consejo es una buena y solida formación: formación en cirugía vascular (hoy en día un gran vaso infiltrado no es un factor limitante para la recepción de un tumor y, aunque eso se puede hacer en colaboración con los cirujanos vasculares periféricos, frecuentemente hay que tomar decisiones que no pueden esperar. Las imágenes hoy nos guían mucho. Si un cirujano tiene muy buena formación vascular, le servirá para la cirugía de rescate, metástasis hepáticas, para linfadenectomía de rescate, eso es fundamental). Otra recomendación es que hoy día la cirugía no es la pieza fundamental del cáncer, sino que es una de las piezas de toda una maquinaria: el cirujano debe estar integrado en un conjunto de expertos en oncología médica, oncología radioterápica, y debe conocer las acciones de los fármacos modernos que se utilizan porque pueden dañar al hígado o inducir complicaciones. El cirujano debe estar al tanto de los efectos de la radioterapia con los modernos aceleradores de electrones y de protones,y debe tener la capacidad de trabajar de forma multidisciplinar. El cirujano ya no es un lobo solitario que soluciona un problema quirúrgico él solo sino que es una pieza fundamental. Si todos estos elementos se dan, todo el tiempo que se dedica a la formación será una buena inversión y elk profesional tendrá todo el reconocimiento de sus pacientes, progresará en su carrera técnica y finalizará toda su formación con la satisfacción de haber hecho lo mejor posible por la sociedad y los pacientes.
“[Los tres grandes avances de la cirugía que ha vivido] los límites de la operabilidad, que se ampliaron por el desarrollo técnico, el desarrollo de modernos antibióticos que permitieron tratar complicaciones posoperatorias y la nutrición artificial”
P: La última pregunta que le iba a hacer que en su caso es especialmente difícil es, ¿qué habría sido usted de no ser médico?
R: Sí, mi primer impulso cuando tenía 10 o 12 años era ser piloto y de hecho tenía un vecino que estaba formándose entonces en la Academia de San Javier. Yo le tenía admiración, viendo sus fotos de los aviones y empecé a leer mucho sobre eso. Un día, mi padre, que era un tío muy listo, me dijo ‘vamos a la casa de este chico’ para que él te explique los pros y contras de todo esto. Y él que le gustaba mucho esa profesión me dijo: ‘mira, no se gana dinero, siempre hay un mando por encima de ti que te va a echar la bronca; si quieres salvarte mucho, tendrás que ir a la aviación civil pero eso no es tan fácil’, con lo cual me dije: teniendo yo la familia que tengo de médicos y todo ese terreno para aprender, ¿por qué no? La otra cosa que me llamaba mucho la atención y me ha seguido llamando la atención hasta la actualidad es la arquitectura. Si no hubiera sido médico, hubiera sido arquitecto.
P: ¿Qué arquitecto admira usted especialmente?
R: En España tenemos grandes arquitectos, no por mencionar a uno me gustaría hacer de menos a otros, pero el más admirado por mí es Rafael Moneo, ya está prácticamente retirado y me interesó mucho el movimiento de origen alemán Bauhaus con toda una arquitectura que luego se trasladó a Chicago, con una arquitectura moderna impresionante exceptuando la horrible Torre Trump. Berlín también, tiene una arquitectura moderna. Soy un admirador y he hecho viajes nada más que para ver arquitectura.
“Ahora hay una fiebre en la cirugía robótica, que es muy cara. Se tarda mucho tiempo en la curva de aprendizaje, se invierte mucho tiempo para cosas bastante simples y no hay hasta ahora ninguna evidencia de que sobre todo en cirugía oncológica tenga mejores resultados que la cirugía mínimamente invasiva estándar”
P: ¿Qué opinión le merece las nuevas técnicas quirúrgicas?
R: Hay una cosa que no ha salido en la conversación que me inquietó durante tiempo y es cómo la cirugía mínimamente invasiva fue deslizándose hacia la cirugía robótica; ahora hay una fiebre en la cirugía robótica, que es muy cara. Se tarda mucho tiempo en la curva de aprendizaje, se invierte mucho tiempo para cosas bastante simples y no hay hasta ahora ninguna evidencia de que sobre todo en cirugía oncológica tenga mejores resultados que la cirugía mínimamente invasiva estándar que se ha utilizado en los últimos 25 años. Hay una fiebre por ella.
P: ¿A qué la atribuye?
R: A la presión de la industria y al desarrollo técnico. Un cirujano lo que quiere son máquinas y cosas modernas, pero hay que tener juicio, porque eso cuesta mucho dinero y quizá si tenemos esta conversación dentro de 5 o 6 años, ya haya alguna evidencia de cualquier sociedad de cirugía europea o americana en la que hagan un efecto probatorio, pero hasta ahora no lo hay. Es más un juguete que otra cosa.